lunes, julio 17, 2017

Septiembre

Aún recuerdo cómo sucedió,
para mí tú fuiste la primera...
y, aunque nos riñera el profesor,
tú eras la mejor razón
que había para ir a la escuela.

Siempre miraba en tu dirección,
te sentaba solo a un par de mesas,
no sabías ni quién era yo,
tú eras 10 meses mayor
y me traías de cabeza.

Te olvidarás de mí 
a la hora de salir de clase el viernes.
Los lunes volveremos a existir,
nos veremos la semana que viene...

Luego la vida nos separó,
quizá nos mudamos de planeta...
La frontera era cualquier lugar
al que no podía llegar
montado en mi bicicleta.

No sirvió de nada disparar
mi orgullo como una metralleta...
armado con un rotulador,
mi única revolución
fue tu nombre en mi libreta.

Te olvidarás de mí,
este verano será un hasta siempre.
Ya nunca volveremos a existir,
si no te vuelvo a ver que tengas suerte.

Pasó el tiempo y me hice mayor
-estas cosas vienen de repente-
y una noche de fiesta y alcohol
tu mirada tropezó
con mi mirada de frente...

Ibas de la mano de un chaval,
otro tipo con mucha más suerte,
yo me fui a beber para olvidar.
Mientras brindaba por ti
te perdiste entre la gente.

Me olvidaré de ti 
a la hora en que alguien pronuncie "septiembre".
 Algunos nos cansamos de vivir 
dejando asignaturas pendientes...










Yo tenía nueve años en septiembre, cuando comenzó el curso. Siempre era de los más jóvenes de la clase porque mi cumpleaños es en diciembre. Además, no era precisamente muy grande, así que quizá resultaba aún más evidente.

Y entonces apareció ella. De un golpe me olvidé de los años perdidos detrás de la niña más popular de mi clase y ya no pude apartar la vista de su mesa.
Fueron dos años de miradas, sin más, porque nunca me atreví a decirle nada. Mi mayor pecado fue confesar en casa lo que me ocurría porque mi hermana se encargó de cantarme una y otra vez aquella canción de moda que decía su nombre. En medio de ese segundo año mis padres decidieron que nos íbamos a vivir a una casa de campo. Dejé atras la ciudad, el colegio, los amigos... y a ella, aunque su recuerdo me acompañó durante un tiempo.

Once años más tarde, ya con 22, tocó el turno de marcharme de casa. Era 16 de septiembre, un día cualquiera para cualquier persona, o un día especial para los alumnos que empiezan un curso nuevo.
A los pocos días quedé con unos amigos para salir, y en el primer sitio en el que entré volvió a aparecer ella. Al principio no estaba seguro, pero tenía que ser ella. Esa mirada, esa manera de torcer la boca al hablar...

Y hasta aquí puedo leer...


El verdadero final de esta historia lo dejo para la persona que se quiera pagar una caña y compartirla conmigo.

Podemos brindar por ella.